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ANA ROSA RIVERO CORDERO

Yo empecé a trabajar en la fábrica de galletas Bandama con quince años, era una niña. No sabía absolutamente nada, salí del colegio y entré a trabajar aquí. Hoy en día no se trabaja a esa edad, pero en aquellas épocas era distinto. Me hice mujer, tuve a mis hijos. Es decir que fui novia, esposa, madre y abuela, ¡y sigo aquí! Todas mis vivencias incluyen a Bandama.

Entré como aprendiz. Durante la hora del desayuno nos íbamos a jugar a la candonga, al elástico. Éramos niñas y nos hacíamos bromas de chiquillas. Recuerdo una vez, una compañera cogió la crema de Tostacrem, que es blanca, e hizo trocitos, me quitó el queso tierno que yo tenía en mi bocadillo y me puso esos trocitos de Tostacrem. Bromeábamos siempre porque éramos muy niñas.

En aquellos años, cuando una mujer se casaba se marchaba del trabajo y solo se dedicaba a la su casa, así que yo pensé que trabajaría aquí hasta que me casara. Pero no fue así. Aquí continúo, esta es mi vida y la agradezco porque Bandama me ha aportado mucho y me ha dado la posibilidad de lograr todo lo que tengo.

¿Sabes que me echaron en mi boda en vez de arroz? Galletas Bandy, esa galletita pequeña que se pone en la leche. Cuando una trabajadora de Bandama se casa, en vez de arroz, le tiramos Bandy.

Esta empresa es mi segunda casa, somos como una familia. La mayoría del personal trabajamos aquí desde hace cuarenta años aproximadamente, y el que menos lleva, tiene aquí al menos veinte años de antigüedad. Entonces, sucede que nos miramos y ya sabemos qué vamos a decir. Nos vemos como una gran familia y tenemos muy buena relación, un compañerismo entrañable. Pasamos más tiempo conviviendo en el trabajo que con nuestras familias, porque, sin contar las horas de sueño, estamos más horas aquí que en nuestras casas.