← Volver

JOSÉ JUAN PÉREZ SÁNCHEZ

Entré a trabajar en La Isleña cuando tenía veintidós años y nada me era ajeno. Yo conocía a todos desde pequeñito porque mi madre ya trabajaba aquí. Ella empezó con quince años, primero en la fábrica y posteriormente trabajó en la casa de don Andrés padre, el hijo del fundador.

Don Andrés siempre tuvo un trato cordial con los trabajadores. Fue el padrino de la boda de mis padres. Todos éramos de la zona, éramos vecinos. Nuestras vidas estaban de alguna manera entrelazadas gracias a esta fábrica. En su jardín se han hecho muchas celebraciones de bodas de los empleados.

Era un niño cuando venía a buscar a mi madre, subía y veía a las mujeres empaquetando la pasta. Recuerdo especialmente el olor del cacao para la época de Semana Santa. Antiguamente  las alfombras para la burrita se realizaban con las cascarillas del cacao que La Isleña aportaba. Las calles se impregnaban con ese aroma tan rico. El solo hecho de recordarlo me transporta a mi infancia y hasta me parece que aún puedo olerlo.

Llevo trabajando en La Isleña treinta y cuatro años. Yo vivo cerca, a dos casas de la instalaciones de la fábrica. Antiguamente  algunos trabajadores vivían en la propia  fábrica, por ejemplo, Quico, cuyo hijo trabaja con nosotros, o Lucía, que vivía en una casa que ahora cumple las funciones de almacén. Habitualmente decimos que “las cosas están allí abajo, en casa de Lucía”.

Es impresionante el cambio que hemos visto los que llevamos muchos años aquí. Yo lo he visto personalmente. Antes los procesos eran manuales y ahora la producción está industrializada; la tecnología nos ha aportado muchas cosas buenas para el desarrollo de nuestro trabajo.

La Isleña abarca mucho más que este edificio, llega a nuestros hogares, a nuestra infancia. Todos nos conocen, todo el mundo sabe algo de La Isleña.